24/9/08

De Turnhout, con amor

Volvimos al centro de operaciones en Weelde para de ahí salir al último de los conciertos que daríamos en Bélgica. Era otro de esos pequeños organizado por la mano ágil de nuestro booking agent belga. Fue en Turnhout, de los varios pueblos pequeños que se extienden juntos en una mínima extensión de territorio, uno de los grandes. O sea, ya parece ciudad. Tiene una pequeña feria de atracciones y una zona de diversión nocturna con algunos bares y restaurantes. Nosotros tocamos ahí, en el bar WirWar Sommer, un domingo a media tarde, por el cumpleaños del dueño del lugar, un tipo simpático que nos trató bien durante las horas previas al momento acordado para el concierto. Nos ofreció un restaurante italiano para que almorzáramos lo que quisiéramos. Y por lo mismo se produjo un altercado.
Tan bien que estábamos departiendo en la sobremesa, luego de haber aniquilado 11 platos de pastas y pizzas variadas, tan bien… tanto que se nos olvidó -o tal vez se hizo caso omiso conciente- de que aún faltaba por traer, desde el albergue en Weelde, el amplificador de bajo que nos habían prestado para tocar en ese concierto. La cosa es que ya tarde, una comitiva de alto vuelo salió para realizar la gestión, pero como en esa zona los vericuetos de carretera sobran, se perdieron a pesar de ir pidiéndole instrucciones al GPS. El dueño del bar, que a pesar de estar de cumpleaños y disfrutando con sus amigos, cambió de actitud con nosotros –y con razón- y anticipó no pagarnos lo acordado si no nos presentábamos a la hora prevista. El asunto se puso complicado, tenso y, por primera vez en la gira, nos vimos obligados a desarrollar un plan de contingencia no previsto. Tras una discusión casi acalorada sobre la conveniencia de subirnos o no con la alineación incompleta, decidimos hacerlo, poniendo al multifacético y talentoso William Isaías a cargo del bajo, que se amplificaría directamente desde la consola. No obstante, aún había un inconveniente: William solo podría aguantar en ese cargo lo que duraran tres canciones, que es lo que sus aptitudes musicales, por más extensas que son, contemplan al mando de las cuerdas gordas.


Así empezó el concierto, con alargamientos arbitrarios en las cumbias iniciales para hacer tiempo mientras llegaba El Cadáver con su amplificador. También faltaba El Coqueto del trombón, pero ahí estaba La Carne con el otro, para hacer suficiente presencia.
Al cabo de tres temas y unas cuantas elocuciones simpáticas de The Shadow para entusiasmar a la gente y, sobre todo, para quemar tiempo, llegó El cadáver cargando el amplificador sobre su espalda doliente. Pero el bajo ya estaba sonando, de modo que el amplificador quedó en el piso, El cadáver se calzó su instrumento y William pasó a su teclado. El viaje y el retraso no sirvieron de nada, y encima nos pusimos en riesgo. Nadie entendió lo que pasó. O, mejor dicho, sí entendimos, pero nos hicimos los giles para no alterar la armonía que bastante bien habíamos mantenido hasta ese momento. Y eso que ya llevábamos rato en el viaje.



Transcurrió el concierto con un buen enganche de ese público que salió de fiesta un domingo por la tarde, y con el realce de ver, por una lado, al Wantán, que todavía nos acompañaba, tratando de lograr cercanía con una veterana colorada que llevaba una camiseta de Galápagos y, por otro, a las “hermanitas desgracia” , las que habíamos conocido en aquél legendario concierto en el restaurante San Severia, aquellas que eran las únicas por debajo del medio siglo de edad, carilargas porque dizque no les parábamos bola.
Al, final, reconciliación con ellas, una caja de dos pisos de chocolates que nos regalaron envuelta en papel de regalo y con una tarjeta que en español decía: de las hermanas de Bélgica, con amor.


Además, un paseo por la feria de atracciones de la ciudad –con juegos mecánicos incluidos, invitados por ellas- y la definitiva incitación, debido al comportamiento de la mayor, la más rarita, a componer un tema que seguramente se llamará “La Loca de Turnhout” (detalle que ya había comentado en un post anterior). Ah, y el Wantán que al final lo logró con la veterana de la camiseta de Galápagos. Se llamaba Mariana, era alemana y no era lesbiana, como parecía.

23/9/08

Polé Polé, ¡Y olé!


(Apartado)

Empiezo este post contando el desenlace de una historia ya anticipada porque… porque ya es hora. Había hablado de que mi ojo afilado pudo captar a la distancia próxima una plantación de cannabis al borde de una carretera en el sur de Francia. Era una tarde en su declive, con el sol penetrando en delgados filamentos por los espacios que dejaban los copos de nubes. Paramos, metimos manos llenas y nos la llevamos en los bolsillos. La gente que pasaba en sus vehículos a nuestro lado iba riéndose con más burla que pillería. No le dimos mucha bola al porqué, más bien nos apuramos para sacarle provecho al arca abierta. Ni pendejos.
Días después, tras haber esperado que el material secara –porque cuando lo tomamos estaba húmedo a pesar de contener cogollos de gran esplendor- ahogado en un sobre manila, otras veces puesto al sol sobre el tablero del Citroen Jumper, otras junto al calefactor de la casa de Zé Pequeño en ese frío Weelde, Bélgica flamenca, llegó el momento de darle trámite a la cosecha. Roll it up, hermano, y cuente qué tal la cosa. Pero, ¡naranjas!, nada que hiciera el menor efecto. Los más incrédulos llegaron a pensar que era una variedad de ortiga más no la planta de Jah, pero estaba claro que lo era, el asunto estaba en que los intentos por agarrar viada no dejaban más que carraspera y ardor en las gargantas ya dolidas. Y así pasaron las pruebas (o las probadas), una tras otra, hasta ver qué mismo. La terquedad nos llevó (a algunos, no a todos, libro de pecado a los que son, y a los que no, ellos saben quiénes son…quienes somos) a encender de a cinco en fila para saber qué estaba pasando, y aun así, niguas.
Lo que había sido el descubrimiento del paseo pasaba a ser la decepción del momento. El recuerdo de la generosa plantación de Francia quedaría para el mito de la gozosa juventud, “de cuando nos fuimos de gira por primera vez, ¿te acuerdas?”. Pero alguna explicación había que encontrarle, y en eso de andar comentando la anécdota con el que era y con el que no, de presentarme y ser presentado como el “ojo de águila del grupo” y entonces narrar el episodio con lujo de detalles, nos enteramos que en la zona del descubrimiento se acostumbra el sembrío de cannabis, sí, pero de una variedad para la producción de textiles, de esos que luego se venden hechos bolsos, pantalones y hasta billeteras en los mercados hipsters de las grandes ciudades, con la etiqueta de Organic Hemp. Solo entonces entendimos porqué la gente que nos vio cometer hurto se reía con sorna, meneando la cabeza como diciendo ¡pobres ilusos! Ni modo.


Sustancia

El Polé Polé Beach, en Zeebrugge, Bélgica, era el highlight de la gira. Había gran expectativa, le teníamos ganas, nos lo imaginábamos inmenso y esperábamos que llegara el momento de encararlo como se espera una final de fútbol a la que se sabe ya clasificado.

(El panorama previo. En el centro de la foto, el escenario del Polé Polé)

El cartel incluía duros del estilo durante todos los días de programación. En la jornada previa a nuestro concierto figuraban Karamelo Santo y Sargento García. En el nuestro, Mad Profesor, Rocola Bacalao y The Skatalites, en ese orden. Con semejante lista, cómo no nos lo íbamos a imaginar gigante al festival completo, pero más a nuestro día, a nuestro turno, justo antes de que la banda pionera de lo que Jamaica irrigó en el mundo entero acabara con la edición 2008.
El cupo nos lo consiguió Zé Pequeño, logrando de por medio una muy interesante negociación económica. Como Zeebrugge queda un poco lejos de Weelde (lejos en Bélgica significa hora y media de recorrido en auto), donde hacíamos cuartel de operaciones, el trato con el festival incluía hospedaje en un hotel de la localidad para no tener que regresar a nuestro albergue. La mayoría de habitaciones asignadas fueron para dos personas, con excepción de la mía, en el subsuelo del hotel, que era una especie de suite con capacidad oficial para tres: La Carne Seca, Wantán Frito y su servilleta. Había televisión de pantalla plana (ahí vimos cómo el atleta jamaiquino, Usain Bolt, destrozó a sus rivales y se llevó el oro en los 100 metros tras romper el récord… y eso que se sobró y redujo la velocidad antes de cruzar la línea), mesa de comedor, minibar, cafetera y tres camas, pero espacio y colchones para que habitaran 10 personas. Lo mejor es que tenía acceso independiente de la puerta principal del hotel. Como para no dejar huellas. Como para salir y entrar por la ventana. Como para poder decir yo no fui. O, yo no queríiiia…
Inmediatamente supimos que ahí mismito sería el relajo pre, post y ultra.
Nos concentramos en ese cuarto, para definir la estrategia: repertorio de canciones, cámaras de video y fotos en puntos estratégicos, actitud sobre el escenario, palabras más, palabras menos, español, inglés, breves elocuciones en flamenco, palmaditas en la espalda, alistamiento de cachina y show.
Nos dirigimos hacia el lugar del festival, sobre la mismísima arena de una playa poco calurosa y algo tenue de colores, pero playa al fin y al cabo. Descargamos las camionetas y dirigimos todo el equipo hacia el camerino, carpas blancas suficientemente acondicionadas con mobiliario adentro, toallas blancas y hasta un espejo de cuerpo entero para agarrarse las fallas. Sobre una de las hojas blancas de la lona de la carpa, una hoja impresa decía Rocola Bacalao. En la de la izquierda Rootical transformation, y en la de la derecha The Skatalites, pegadita a la nuestra. Rastamen a los costados, esperando todos sus turnos.




Nosotros, hicimos tiempo cenando una especie de menestra de espinaca con un pescado blanco tipo corvina, y arroz semi duro. Raro, pero interesante y rasante en lo sabroso.


(Media banda de paseo, con Zé Pequeño, el tercero desde la izquierda)

Para alivianar la carga fuimos entre el público a ver cómo mismo era el show de Mad Profesor, y en eso nos topamos con una pequeña desilusión (al menos yo). Para empezar, lo imaginaba rasta, enigmático, con los ojos volátiles, hablándole al cielo mientras cantaba, pero no, parecía un auténtico profesor bonachón, risueño, con los ojos abiertotes y sin ninguna pose para el canto, de hecho, no canta. Pero, en todo caso, eso es lo de menos. Lo que más me intrigó fue darme cuenta de que el colega no toca con banda, lo de él es un Live Show, como bien estaba anticipado. Él y una consola con la que hace uno que otro truco, tipo delays y sampleos, a la vez que dos compañeros suyos se cuelgan del micrófono, uno para hacer de incentivador de la audiencia y otra para cantar verdaderamente y ponerle al Live Show el toque orgánico.

(Mad Profesor y su cantante Alisha)

Antes de que el Profesor acabara su show, nos reunimos de nuevo en el camerino. Esa era la consigna. Como todo había quedado planificado, quedaba calentar el cuerpo, las gargantas y los huevos para saltar, a las 20h30 en punto, a ver cuánto se podía destrozar el escenario. Vodka polaco y una media de Norteño de por medio, nos llegó el turno, pero antes, un par de retratos a cargo de Wantán en mero camerino para inmortalizar la previa.



El escenario era inmenso, a los colegas se los sentía distantes, aunque solo en presencia, porque con el excelente monitoreo logrado por el ingeniero de tarima, a los instrumentos se los tenía cerquita.


Gran trabajo el del equipo de escenario, un stage manager y sus asistentes al completo servicio de una banda a la que jamás habían escuchado, pero con la que agarraron buena onda porque notaron que el esfuerzo de nuestro lado iba sin poses y con la autogestión en todo sentido como carta de presentación. Aunque sí tramamos una jugada para otorgarnos caché de banda con personal de asistencia: en el Festivaloche, de Olargues, Francia, a casi todos nosotros nos regalaron unas camisetas negras con el logo del festival, entonces Shadito Mendieta, El Pollo y William Isaías, encargados de montar el escenario debido a su sapiencia técnica, se calzaron las camisetas negras y fungieron de roadies de la Rocola. Independientemente de si alguien notó que luego los mismos personajes eran los que estaban tocando, o de si ni siquiera prestaron atención a los momentos previos al show, los compañeros del amague salieron luego vistiendo sus cachinas reservadas para la ocasión: Shadito de punto en blanco, con guayabera de Nebot; William con camiseta grooviante y sombrero de Justin Timberlake, y El Pollo… creo que se calzó su cábala, la del jardinero Mark McGuire. Recordemos que el pana viene from San Diego, Califoooornia!
Para cuando nos instalamos en el escenario había no menos de 10 mil personas, desperdigadas hacia el fondo del recinto y hacia los costados del escenario, tomando un trago donde la colorada Lynn o bailando reggeatón en alguna de las carpas con DJ. Frente a nosotros, esperando el inicio del concierto, siquiera la mitad del total.
El personal presente, mayormente adulto temprano, le metió duro al guaro desde temprano y por eso y porque nuestro repertorio saltó explosivo de entrada, no tardó en engancharse con la música y con nosotros mismos para hacernos soltar todas las expectativas bien creadas en un show inolvidable.
A medio concierto, cuando ya todo estaba ganado, a Shadito se le ocurre la brillante idea de invitar a bailar sobre el escenario a las chicas que se atrevieran a templarse La Cumbia del Hot Dog. La reacción fue tímida, pero entonces me salgo de mi corral de percusiones y me planto al filo del escenario para estirar la mano y ver quién se me prendía. Y de pronto, de una en una, de dos en dos, por mi costado y por el otro, ayudadas por sus propios novios, al menos unas 40 damitas, jovencitas, gozosas, prendidas, se subieron a la tarima y se quedaron de largo.


Ocuparon todo el tablado, armaron una fiesta verdadera, se tomaron nuestras cervezas y agarraron las serpentinas que teníamos por ahí como parafernalia de show y se la lanzaron sobre ellas mismas, embebidas en el festejo. Nosotros, mientras tanto, tocábamos, bailábamos y tanteábamos. El escenario llenito empezó a crujir, eran los cables de los instrumentos que parecían desconectarse con el vaivén de los bailadores. Los amigos de la producción se tomaban la cabeza como diciendo, fuck, this is crazy! Desde el frente, Keanu Rivas observaba encantado, envidiando el desmadre. Al final, las chicas se bajaron agradecidas, guiñando el ojo para dejar tendida la cita: “abajo nos vemos”.


Nosotros, exaltados, crecidos, embalados. Un roadie del equipo local pasa al lado mío meneando su cabeza y respirando ondo, con los ojos saltones y algo fruncidos, y me dice, fuck man, that´s not the way we do it here. You should, nomás le dije.
El concierto acabó apoteósico. La gente pedía más y quienes estuvieron al principio replegados en los costados terminaron aplaudiendo duro con el tumulto central. Una bulla inmensa recubrió la venia agradecida y sincera que le ofrendamos al público como despedida. Pero con las bailarinas de primera fila el contacto visual se mantuvo… y prosperó.

(El público reunido, y el Wantán perennizándonos con su Canon Rebel XT)

Al final, tras el escenario, en lo que sacábamos los equipos y seguíamos felicitándonos por la buena fiesta, se parquea la buseta que traía a los Skatalites desde los camerinos. En la rampa de acceso nos encontramos, primero con los más jóvenes, que por ser tales subían más rápidamente la rampa para calentar tras el escenario, y tras ellos vinieron los pocos veteranos que quedan de la formación original, caminando quedito, con bufandas en el cuello en esa playa tibia. Fotos con algunos y con Lester Sterling, el abuelito sabio de la barba blanca y el saxo alto, abrazos y emociones. Amazing sound!, nos dijo. Yo lo escuché, me consta, y me encantó. Más tarde, compartiendo un ron en las rocas con La Carne Seca, mientras la gente en la carpa bailaba un poco de house, el mismo Sterling hizo fuerza en su índice derecho y, clavándole tres veces en el esternón a La Carne, en ese esternón de hueso y pellejo, le dijo: you are the next ones, y La Carne casi llora.
Yo no lo escuché, pero a veces me gusta proyectar lejos los sueños.

(La Carne y el maestro)



(Trivia)

En efecto, mi cuarto/suite sirvió para el desastre posterior. Lo más cercano a un backstage de los duros del pueblo. Muertos y heridos. El que no cayó, resbaló, a conciencia y con gusto. Recordaremos para siempre al “loco de Zeebrugge”; a las quinceañeras envalentonadas; a los que aprendieron a maniobrar la moral, y a la “Chisguete”, tan cuerda, la pobre.