8/9/08

Buena gente la de Gent

(Gent, nocturna)

Volvimos, una vez más, a Bélgica. Para todos estos ires y venires hicimos centro de operaciones en un pequeño pueblo llamado Weelde, donde Zé Pequeño, nuestro booking agent, nació, creció y aprendió a ordeñar vacas.
Debido a que en algún momento de la historia más reciente, esa zona fronteriza con Holanda se volvió destino turístico de jóvenes estudiantes, Zé Pequeño propuso a su familia instalar en su granja una especie de albergue de corta estancia para los viajeros. Lo hicieron, en un cuarto grande, como un galpón de ladrillo visto, metieron varias camas literas y otras cuantas sencillas, habilitaron tres duchas, dos inodoros y nueve lavabos. El hospedaje funcionó bien un tiempo, pero luego el internes turístico por esa zona decreció y el albergue salió de funcionamiento, hasta que hace poco, durante cuatro noches de agosto de 2008, el lugar fue sacudido de polvo y ocupado por 10 ecuatorianos que andábamos girando con nuestra música por Europa Occidental. Entonces, desde ahí salíamos hacia los conciertos pequeños en los pueblos cercanos y por la noche volvíamos a descansar, a veces con las manos llenas, y la mayoría de las veces con el estómago vacío. Hubo un par de ocasiones en las que, por la distancia de los lugares donde tocaríamos, Zé Pequeño prefirió solicitar hospedaje local para no tener que volver a la Funny Farm, nombre que le otorgué al lugar que acabo de comentar, en honor a un legendario hostal para la vida acelerada que queda en Interlaken, Suiza, donde alguna vez tuve la oportunidad de pasar 16 desquiciados días de mi juventud tardía.





(La guarida de Weelde, el Funny Farm donde nos instalamos durante cuatro días)

Una de esas salidas sin regreso al albergue fue la que hicimos hacia Gent, una de las ciudades grandes de Bélgica, universitaria, sofisticada, bonita a los ojos y al ánimo, sobre todo por su gente cordial. El concierto era en un festival pequeño, organizado por un grupo de entusiastas de la música, melómanos empedernidos y vinculados al manejo y promoción de bandas. Ese sábado por la tarde la ciudad lucía vacía, al menos desde su entrada hacia el centro, donde ya la gente aparecía concentrada porque, según nos explicaron, en ese momento de agosto la mayoría sale de vacaciones y la que se queda circula por el epicentro del movimiento de bares, restaurantes, parques y eventos al aire libre.
El Patersholfeesten era uno de eso eventos y duraba cuatro días. El habernos ubicado al tercero de ellos, o sea, el sábado, era un gran deferencia de parte de la organización porque nos aseguraría la que sería la mayor cantidad de público de las jornadas.
Uno siente cuando el desarrollo se lo lleva bajo estrés, cuando el montaje de escenario y la prueba de sonido parecen una piedra en el zapato para la organización, pero en este caso ningún momento se acercó siquiera a la incomodidad. Los jóvenes a cargo, jóvenes tanto como nosotros, desplegaron su buen oficio a nuestras necesidades y se encargaron de que nos sintiéramos lo más cómodos antes de tocar. Fue así sobre el escenario y desde la cabina de controles, donde Keanu entabló buena amistad con el encargado de la parte técnica. Nosotros, mientras tanto, agarramos confianza con el personal de tarima que nos otorgó un setting de lo más agradable para sus recursos.
Luego de haber cenado un display variado de comida turca en el restaurante Ankara, nos llegó el turno de presentarnos. Había bastante gente pero replegada hacia los costados. El festival se desarrollaba en una plaza pequeña, esquinera, en la conjunción de dos calles con fuerte movimiento de gente, comercio y rumba, hagámonos la idea de que se trataba de la Plaza Foch.
Empezamos y la gente respondió con aplausos, pero sin acercare a la tarima ni prenderse con el baile. Fue la vez en que noté más entusiasmo de The Shadow para invitar a los asistentes a darnos un poco de calor. “Give us some love”, les decía, “We are a family now”. La gente respondía con risas y más aplausos, pero aún sin concentrarse en el centro de la plaza. Siguió el toque con buen entusiasmo de nuestra parte, y de pronto se vino el punto de quiebre que dio fin a la distancia que todavía se marcaba con la gente. Una turba de borrachos que venía de celebrar una despedidad de soltero de uno de ellos fue a dar a la plaza y se encontró con el concierto. Embalados como estaban, tomaron primera fila y desataron, ipso facto, el desmadre. Inauguraron el slam mostrando una suerte de violencia naïf que los dejaba como los estudiantes serios que encontraron una buena excusa para, en el fin de semana, dejar salir las represiones guardadas de lunes a viernes. Y haciéndolo nos ayudaron un montón. La gente que permanecía replegada se sumó al desate y en un momento la plaza entera, llena, se volvió una fiesta inmensa.



(Los guaguas, rozagantes luego de haber cumplido la tarea)

La gente se la bailó de largo y pidió más –por las buenas-, pero nosotros acabamos con nuestro tiempo y debíamos dejar el escenario para la presentación de la siguiente banda y el cierre de la noche: Speedball Jr., surf rock, punk, rock and roll de copetines engomados, nenas de vestidos groove is in the heart y una bailarina semidesnuda que ayudaba a distender el potente pero a ratos monocromático sonido de la banda.

(Speedball Jr., banda local con años de carrera y gran acogida enter el público)

Les debemos la quebradura del hielo a la caterva de borrachines que asomaron a tiempo. Oportuno y gentil su comportamiento, lástima que al final, para que siguiéramos tocando, intentaron cometer cohecho ofreciéndole 10 euros a La Carne Seca para que les entregara un concierto privado con su trombón. Decían que en la despedida de soltero acababan de conocer una flaca cubana.