30/8/08

Activistas en Bruselas


De los pueblos pequeños de frontera viajamos a la capital belga. En Bruselas nos esperaba un concierto organizado con más ganas y entusiasmo que con recursos de producción. Un par de estudiantes latinos, uno ecuatoriano y otro venezolano, al enterarse de nuestra gira nos ofrecieron organizar una tocada en la ciudad donde residen, y hacerlo a través de la organización político-cultural que ellos crearon, la Mediateca del Sur. Así fue. Ellos acordaron con el Centro Cultural García Lorca, un recintod e activismo y gestión fundado en las épocas de la Guerra Civil Española por los padres de quienes ahora lo tienen a cargo. En él los inmigrantes de todos los continentes encuentran espacio para desarrollar sus actividades de identificación cultural sin que importen la lengua ni las costumbres. Los españoles y los belgas a cargo del sitio lo asumen como un núcleo de actividad diversa, progresista y libre, así que ahí pasa de todo y hay espacio para lo distinto: ensayos de danza, proyección de documentales, fiestas con cerveza y conciertos chimbos. No había grandes condiciones técnicas, apenas una consola pequeña para hacer sonar lo indispensable de la instrumentación, y un escenario donde holgadamente caben cuatro personas, pero ahí nos metimos nueve.
El evento iniciaba con la proyección del documental 'Historias de papel', que relata la historia de un grupo de ecuatorianos quienes, a través de la ocupación simbólica de una la iglesia en Bruselas, reivindican su derecho a un documento de identidad y a una digna aceptación como inmigrantes y trabajadores. El asunto conjugaba una idea de rechazo a la Directiva Retorno propuesta por la Unión Europea, y como no hay nada mejor que ponerle sazón bailable a lo sencillo y a lo complejo, ahí estuvimos nosotros para vacilar con ese público tan diverso y tan efusivo.


No faltaron lso ecuatorianos jóvenes y maduros, los que armaron el pogo y los que se quedaron sentados mirando desde atrás. Hubo africanos, franceses, españoles, belgas, evidentemente, y de nuevo nuestro amigo Nacho, el ex Mortero, que de nuevo fue a saludarnos porque en Amberes ya habíamos quedado de panas. Tan alhaja él, otra vez nos trajo un regalito.
Hubo prensa belga que grabó el concierto en audio para difundirlo en un programa cultural de la Radio Nacional y de nuevo hubo buena venta de nuestro material de promoción. La táctica ya estaba aprendida. Los compañeros de los vientos, que son la primera línea en presencia y en show, apenas terminado el concierto despliegan las bolsas llenas de camisetas y discos y les saltan al cuello a los más entusiastas del público, especialmente a las chicas, con las que no ha fallado la estrategia del “toma el disco, míralo, tócalo, siéntelo, y si te convence y te da ganas, me lo compras, si no, me lo devuelves”, y vaya que ha funcionado, todas vuelven con billete en mano y hasta se han dado casos de quienes envuelven en los 10 euros un papelito con la respectiva dirección de email y dos que tres provocaciones en flamenco. Las traducciones se han hecho a conveniencia. Para bien y para mal.
Como dije, la gestión de la organización fue hecha en total camaradería. Los mismos amigos de la Mediateca se encargaron de preparar la comida para nosotros, un sabroso estofado de carne de ternera, tipo goulash, cuya base para la salsa es uan cerveza negra belga, de las pesadas y viscosas. Sabrosas.
El hospedaje fue igual, todos repartidos en casas distintas, algunos con camas particulares, otros con colchón al piso para cada uno y otros con colchón al piso compartido. Plaza y media, dos plazas máximo, el asunto estaba en saber hasta dónde extender las piernas y en girar el cuerpo con tino para no darse de frente con la espalda peluda del compañero. Por suerte El pollo es un tipo decente y duerme profundamente.
Primer desconcierto respecto al diseño y distribución de la vivienda promedio en la Bélgica de los jóvenes estudiantes: casas de hasta seis pisos que comparten un baño y una cocina por piso, mismo que se compone de cuatro habitaciones, cada una con su puerta de entrada independiente pero interconectadas entre ellas por otras puertas, de manera que tanto se puede entrar a la habitación de uno por la puerta que le corresponde como por la que le conecta con el cuarto del vecino o por el baño que ya era de todos desde hacía ratón. Mientras uno está en el baño, que no tiene aldaba ni seguro, y que para dar señas de ocupación debe mantener el foco encendido, el vecino de piso, que puede ser un completo desconocido, puede abrir la puerta que conecta su cuarto con el contiguo para pasar hacia la cocina, donde está el lavabo que corresponde al piso entero –porque el lavabo no está dentro del cuarto de baño- y donde se rejuntan los ananayes de belleza de las chicas con los implementos de limpieza de los caballeros. Y al lado un sartén revoltoso que cuece unos huevos fritos mientras el roomate se lava los dientes. Digámoslo, es bastante distinto a nuestra concepción de la distribución del espacio, al menos en términos ideales, donde cada segmento de la vivienda tiene su cuarto y donde no se concibe la comparticion del baño de uno con el vecino porque la intimidad de uno es la de uno. Pero eso es cultural, logístico y práctico. Simplemente es distinto. Y nosotros nos acomodamos bien, y al siguiente día gozamos de un exquisito desayuno con los amigos que nos ofrecieron sus casas, sus baños compartidos y su gestión cultural para nosotros poder compartir la nuestra. Gracias a ellos, a su entusiasmo y a su fuerza para mantener un espacio donde las distintas culturas puedan manifestarse con libertad.
Saludos a Felipe y a su novia que ahora andan con nuevas aventuras en El Salvador. Y al brother Luis, el ecuatoriano que nos contactó de entrada. Se te ve muy bien con el delantal vendiendo los mejores chocolates del mundo.


(Los amigos de la Mediateca del Sur, los responsables de nuestro concierto en Bruselas).

29/8/08

La Rocola en un micromundo antillano


Por fortuna el siguiente trayecto fue corto. A esas alturas los traslados largos ya empezaban a encorvar la espalda. De Antwerpen fuimos hacia Hoogstraten (pronunciada con un acento de alargamiento sobre las dos “o”, lo que le da al nombre una fonética dura, áspera, precisa para poner en riesgo nuestra falta de costumbre para aplicar distintos acentos a las vocales que nos parecen siempre iguales), un pueblito de granjas y jardines perfectos en el rincón de Bélgica que en cuestión de cuadras se convierte en Holanda. Era el primer festival de gran envergadura al que asistiríamos, el Antilliaanse Feesten, un encuentro de músicas del Caribe y las Antillas: salsa, cumbia, soca, bachata, vallenato, y lo nuestro, un champús posmoderno de todo y más.
El cartel incluía a los cubanos Manolito y su trabuco, ¡qué señora banda!; a Chichi Peralta, más bien turro el veterano; a los colombianos de Son de Cali y El binomio de oro, salsa y vallenato cortavenas, como para partirse el alma con el aguardiente que por esas tierras no se encuentra ni en la imaginación: la cerveza y los mojitos de 7 euros lo acaparan todo. El seco con yapa eran Wisin y Yandel, pero el dúo perreador canceló en la víspera y los colorados de Hoogstraten se quedaron con ganas de dembow.



Nuestra entrada al festival fue curiosa, al director le hicimos ver (porque miró el video dirigido por Sebastián Cordeo) el único tema que algo tiene de salsa, Condominio de Cartón, y le pareció suficiente para incluirnos en el programa. Suerte la nuestra, éramos lo más distinto a la corriente sabrosona que atrajo esa tarde a miles de europeos y latinos residentes en Bélgica y Holanda, mayoritariamente, pero lo hicimos bien, abrimos el festival en el escenario más pequeño de los tres, una carpa grande con mesas como de cafetería del Oeste vaquero a los lados, una pista de baile amplia al medio, y un Dj a las espaldas del escenario principal, que animaba los intermedios.
La primera impresión fue de eso, de impresión. A nosotros, que ya habíamos estado en el Rock al Parque, donde las cosas de la estructura parecen más grandes de lo que son, la producción de este festival nos pareció inmensa. Armada en una granja enorme con corrales para animalitos, el Antilliaanse incluía tres escenarios, uno grande, otro mediano y un pequeño, varias salas de baile con Dj de distintos géneros latinos, entre los que predominaban el reguetón, el dancehall y esa explosiva rumba antillana que es la soca, tan acelerada, vertiginosa y desconocida por acá. Había, además, un patio inmenso con puestos de comida del mundo entero, entre ellos uno de Ecuador, donde los paisanos, venidos desde Bruselas, que no se dedicaban al negocio de la comida, improvisaron con buen nivel un menú con fritada y llapingachos, tortillas con chorizo y arroz con pollo, el clásico con harto achiote (llevado desde Quito por un familiar de ellos), pero hervido en cacerola para paella, y pusieron a hacer filas largas hasta a los inspectores de sanidad que iban registrando los permisos de funcionamiento de los kioskos.


Por otro lado había bares con secciones exclusivas para la venta de cerveza y otras para el expendio de cócteles varios; una zona de juego para los infantes, y una de camping para los que se mandaron el fin de semana completo: 55 euros la entrada con derecho a camping, en realidad, un precio bastante cómodo para los que se acostumbran en festivales de calibre semejante.
Y bueno, más allá de la imponente estructura, como la del monumento a Cristóbal Colón, en Barcelona, que a The Shadow le provocó la intermitente -y como aplicada con delay- evocación de un ¡imponente¡, ¡imponente…e…e¡, la fiesta musical fue gigante. La nuestra, con algo de diferencia con respecto al resto de exponentes, por lo de las guitarras distorsionadas y los gusanitos de Pujilí que no provocan precisamente rumba sino algo de mosh entre los más jóvenes de la audiencia, y la del resto, por lo espectacular de las orquestas, la producción de la puesta en escena y la descarga de sabor en el baile. Había que ver a los europeos quebrando cadera, algunos con más swing que otros, pero todos con gusto, sin que importase la simetría en los pasos sino las ínfulas de fiesta eterna, que no lo fue tanto pero sí lo suficiente. A las 6 de la mañana terminó ese primer día de festival con algo de salsa colombiana. Algunos cadáveres de la noche yacían tendidos en la grama, y otros, a tientas alcanzaban a llegar a sus carpas. Nosotros, medio cadáveres medio zombis, agarramos nuestros tereques y nos fuimos hacia el hotel, al ladito nomás, en Berda, Holanda, con el gusto de la conquista en el paladar y sobre él el amargo de unos cuantos mojitos.




Nos esperaba el mejor hospedaje de la gira, cuatro estrellas de verdad, lástima que lo ocupáramos tan solo durante cuatro horas de descanso. A las 12 en punto, la dama de recepción nos invitó gentilmente a abandonar el hotel. Lagañosos, tuvimos que partir de nuevo. Por fortuna alguien llevó nos cuantos Finalín.

28/8/08

Zé pequeño y la ciudad de las tribus marcadas



El siguiente tramo incluía un nuevo cruce por Francia hasta llegar a Antwerpen (Amberes), en Bélgica, para dar el primero de los conciertos en el país que más veces nos tendría que escuchar. Llegamos, una vez más, apenas a tiempo para poner a rodar una prueba de sonido y poco después soltar el concierto. El lugar era el Bar Mondial, con la “o” en lugar de la “u” por las sutilezas de esa lengua flamenca que nos resultó tan extraña y a la vez gustosa por aquello de la primera fuerte impresión, como el haber entrado a la ciudad a través del barrio judío y ver a las huestes ortodoxas con sus trajes oscuros, sus sombreros de paño cubiertos con fundas de basura para que no los estropeara la garúa, montadas en una bicicleta de volante como cuernos de antílope, dejando ondear en el viento los rulos que se les prolongan desde las patillas.


(El exterior del Bar Mondial y al fondo la Catedral de Antwerpen con su reloj que retumba cada hora)
Luego, el siguiente encontrón expectante sería el que tendríamos con Zjef, el agente con el que tomamos contacto a través de myspace.com, y el que aceptó trabajar con nosotros consiguiéndonos tocadas después de haber oído el último disco y haber chequeado unos cuantos videos en youtube. El tipo se arriesgó, es un veterano de las arenas del espectáculo que andaba retirado del bussiness pero que empezaba a embarcarse de regreso y se le ocurrió hacerlo con nosotros, ubicándonos en seis conciertos entre festivales grandes y restaurantes para la tercera edad. Nosotros también nos arriesgamos porque no lo conocíamos y le confiamos una mini gira dentro de la completa, pero su oportuna y directa comunicación y la concisa descripción del panorama de la música en su país nos invitaba a querer juntar nuestros planes con su experiencia. Así que para eso fuimos a Amberes la tarde del 8 de agosto, para dar el primer concierto y conocer a Zjef (su nombre se pronuncia Jeff, pero nosotros le llamábamos Zé, y como hablaba portugués quedó de Zé pequeño). Él estaba ahí, afuera del bar Mundial, en pleno centro de la ciudad, esperándonos con una sonrisa de contento desesperado porque llegábamos con las justas. Tras los estrechones de manos de rigor montamos el escenario con una diligencia que a nosotros mismos nos sorprendió por su eficiencia.


Luego de la prueba de sonido y de las primeras cervezas belgas, apenas traspasamos una puerta ubicada en el baño de varones del lugar y nos encontramos en lo que sería el comedor de la casa que nos acogió. Junto a él, la ducha, y encima de todo, dos cuartos llenos de literas limpias para nuestra estancia.


La sabia y práctica acomodación de un dueño que ofrece todos los servicios de hospitalidad en su misma casa: la comida, la cama, la cerveza y la invitación para un pronto regreso si el espectáculo termina siendo de su agrado. Como pasó con nosotros. Porque el dueño y las pocas personas que acudieron a vernos se enfiestaron a la misma temperatura de una convocatoria masiva. Eso se nota desde arriba y te lo comentan quienes al final se acercan a comprarte un disco, una camiseta, a invitarte una cerveza o a tratar de perfilar un affair, como ocurrió con el Coqueto Vélez, el de la sonrisa reluciente y la mirada árabe, el que aplicó el primer quiebre romántico de la gira cuando esa noche, tras el concierto, conoció a la pelirroja Lynn y bajo la lluvia madruguera la besó en medio de la plaza del Big Market. Luna turbia, chubasco constante, las estatuas sudando de frío y el reloj de la catedral que anunciaba las 3. Ambos en el centro, con las calzadas reflejando ardor en su contorno, y él que da el primer paso y marca territorio.
Con el nightshot de la cámara con la que fue registrado el momento, la escena luce majestuosa. Véala en el DVD venidero.


(El público y, a la izquierda, Zé Pequeño con su compañera Cris, de ahí en adelante, la pareja que se ocuparía de nuestras presentaciones en Bélgica)


Entonces, nos fue muy bien. Juntamos entre la poca gente a skinheads antifascistas, a chicas góticas de Los Ángeles, a veteranos rockeros de la ciudad, a un brother ambateño, músico de distorsión, ex miembro del grupaso Mortero -Nacho se le dice con cariño y agradecimiento- y a un músico/showman/narrador de su ciudad, Gregor “Terror” se hace llamar, es miembro de la Antwerpen Gipsy Ska Orchestra y fue a vernos al Bar Mondial porque le interesan las expresiones culturales más variadas que, según él, solo se muestran en ese lugar, porque su ciudad –dice- es como una oficina modular dividida notoriamente entre las diferentes etnias que la ocupan, y los antros de la cultura son guetos a donde no tiene acceso nadie que no sea de la movida: hay lo hip hop, lo electrónico, lo gipsy ska, lo punk y lo punk fascista, y zapatero a tus zapatos, no te cruces de barrio ni te metas en el bar que no te corresponde porque ¡boom¡, el riesgo puede ser grande. Los movimientos xenófobos abundad y actúan con violencia y periodicidad: como que la diferencia es causa de molestia. Y Gregor sabe de la cosa, la contextualiza a manera de fenómeno urbano y la relaciona con un sistema político casi incomprensible, donde no se sabe cuál de los cinco gobiernos es el que se debería considerarse belga. Y tiene que ver con las distintas regiones de un mismo país, las diferentes lenguas que se hablan y algunas intenciones autonomistas que se impulsan. Eso nos lo contó con su inglés sabrosón, su gesticulación rapera y su sombrerito de Don Ramón. También nos felicitó y nos confesó que nuestra energía supera a la de su banda (y dijo que eso era difícil porque él y sus colegas eran considerados los bravos del género), y nos recomendó seguir trabajando con Sevj porque sabe que tiene buenos contactos e intenciones sinceras, así que confirmamos la apuesta por el ahora gran amigo belga que, al parecer, seguirá fichando conciertos para que esta banda chimba vuelva a armar maletas los años siguientes. Esperemos que así sea.


(El Palacio donde los distintos representantes de los gobiernos del país se juntan a cuadrar políticas, en la plaza del Big Market, ahí donde El Coqueto encendió motores por primera vez).

Pd: se recomienda visitar la zona roja de Antwerpen, estética y maldad a lo Ámsterdam, pero con la cierta benevolencia de una ciudad más pequeña y la familiaridad suficiente para que las guías del paseo sean dos chicas de 20 años.