5/8/08
In the buskers mood
Buskers es el término anglo que designa al músico que toca en plazas y aceras esperando poder vivir de lo que otorga la voluntad de la gente que lo aprecia. De ahí el espíritu de este festival que va por la cuarta edición en Barcelona. De ahí su nombre y la ausencia total de infraestructura y equipamiento de amplificación para que las bandas podamos hacer lo nuestro conectados a un monitor. Los escenarios son las explanadas del Passeig Joan Borbó y del Passeig Maritim, o sea, el malecón del puerto donde los adinerados del mundo tienen parqueados su yates y el de la playa artificial de la Barceloneta, la que en lugar de la arena propia del mar tiene algo así como toneladas de bloques de construcción pulverizados. Por el espíritu del festival, entonces, donde se supone que debe primar la vena de juglar acústico, es que cada banda, si así lo quiere, debe gestionar su propio equipo de sonido y lo que estime necesario para su presentación. Vistas así las cosas, al menos de entrada, pareciera que uno va al festival más bien a incurrir en gastos antes que a ser reconocido económicamente por tocar. Y así mismo es, pero solo de entrada, ya verán porqué.
Alquilamos monitores, una consola de mezcla, pedestales para micrófonos, cables varios y una batería con lo básico para sonar. La percusión latina fue fruto de otra historia casi tormentosa luego de haber hecho varios intentos fallidos, pero que al final fue prestada gentilmente sin ningún costo por un par de colegas catalanes que le entran a los tambores. Gracias a ellos.
El festival, programado del jueves 31 de julio al domingo 3 de agosto, empezaba a las 19h00 con varias bandas tocando al mismo tiempo en lo extenso de los lugares antes nombrados. Se tocaba de 19h00 a 24h00 las tandas que las bandas decidieran y haciendo recesos tan prudentes como fuera necesario para lograr tener nuevo público reunido al frente. El jueves 31 empezamos casi a las 20h00 porque algo de la hora ecuatoriana se atravesó en nuestras labores. Ahí estábamos, en un malecón más pelucón que el de Guayaquil, pero donde sí dejan andar sin camiseta y hacer muchas más sandeces que pondrían colorado al alcalde Nebot, a pesar de que por acá el tema de la regeneración urbana y las nuevas normas de civismo le han aplicado a la movida de la calle una tensión que a punto está de rozar con la represión.
Primer round
La cantidad de gente es difícil de calcular ya que en lo que se llama espacio público sin restricciones de parqueo, el público llega a rodearle a uno y a ubicarse tan próximo que hasta se deja escuchar en sus críticas porque el del trombón ya va desafinado a la tercera canción. Pero eso es parte de las intenciones buskers: la simbiosis que en un momento del concierto se llega a tener con el público, como el ponerte a limpiar la casa con música sabrosa a buen volumen y al cabo de minutos tener a toda la vecindad bailando en la sala sin haberse hecho invitar explícitamente, y sin que te importe que el piso se vuelva a ensuciar. Así fue, de a poco con la gente que se iba a animando, primero los primeros que ya se guardaron en la valija de nuestras mejores memorias: un trío de señores con síndrome de Down que seguramente salieron de paseo y de pronto se toparon con esa banda chimba armando pito en el malecón. Uno de ellos, sabroso con su dulzura, hasta se puso a dirigir a la sección de vientos haciendo en el aire con una batuta imaginaria las figuras mágicas que hacen los maestros directores encachinados como pingüinos. El pequeño Hugo se enterneció tanto que resolvió ser feliz esa noche y entregar su música para esos ejemplares espectadores. El pequeño Hugo hasta bailó, movió su caderita piano piano en el merengue andino que vacilamos, cuando una de sus características principales, además de su cachucha bacana y su bufandita de alpaca, es que sobre el escenario es tieso como un bolo de CocaCola. El pequeño Hugo luego pretendió hablar italiano. Y fue feliz.
Jamming de cumbia en mi menor y los de los metales que muestran sus sombreros y pasan entre la gente para solicitar su soporte (o sea, su dinero), y luego que vuelven para terminar con la primera tanda de la tarde. Monedas y billetes dentro del estuche de la guitarra y los primeros entusiastas que se dirigen al stand controlado por MariJo para adquirir discos y camisetas. Los céntimos que comienzan a chocar entre sí con el fascinante chasquido del cobre que se acumula, como la lluvia metálica que a veces aflojan las máquinas tragamonedas. Para terminar con la primera tanda, lo que ya se ha vuelto costumbre porque la plena que es efectiva y deja el cuerpo encendido como una buena dosis de cafeína por la mañana: Nena, ven besa tu bemba afroambateña (traducida al inglés, para las audiencias no hispanoparlantes: Baby, come and kiss your black lips. Sí, hubo muecas de asco) con el inserto magistral del tema tradicional y festivo La cuchara de palo (tan-tarán-tarán-tarán / tan-tarán-tarán / ¡chis!), y los primeros ecuatorianos del público que a punto están de quebrarse, pero que resuelven la nostalgia juntándose en el baile y levantando con gusto otra copita de ron. Del mismo que empezaron a cruzarnos a nosotros y que fue el que nos puso, para el final de la tercera tanda, además de eufóricos por ver la respuesta entusiasmada de la gente, la acumulación de público al frente nuestro en relación al del resto de bandas que se presentaban ese mismo momento metros al lado, y a los aplausos que nos brindaban al final de cada tema, borrachos. Punto.
Las cifras:
- 3 tocadas de 45 minutos y dos recesos de 20 entre las 20h00 y las 24h00.
- Mucho público, muchísimo, más del que pensábamos y más emoción, aún, de la que esperábamos encontrar en este festival que nos parecía poco colaborador.
- 800 euros de recaudación entre venta de discos, camisetas y dinero recogido del público en los sombreros de los vientistas. Una pequeña fortuna tampoco esperada y que nos aligera, de entrada, el resto de la gira que en términos económicos la teníamos algo apretada. Y más reconfortante todavía al saber que el mito urbano del Buskers es el hecho de que una banda catalana, La Pegatina, en una edición pasada, por ser bastante conocida y apreciada localmente, había llegado a hacer cerca de 1000 euros en una jornada. Nosotros, siendo extranjeros y recién llegados, hicimos en nuestra primera presentación una cifra similar. Y no es que nos vamos a poner a definirnos en términos monetarios, pero por supuesto que este caso termina siendo un medidor del agrado que hemos causado y, sobre todo, el empujón de gracia que necesitábamos para pensar que mañana será mejor, o al menos parecido.
- Seis italianas, dos francesas y un amanecer en la playa con vodka naranja y cerveza a domicilio, de las que venden los inmigrantes árabes con su tan simpática pronunciación del inglés. Cerveza-bíer; cerveza-bíer.
- Ocho músicos borrachos y…
Segundo round
Domingo 3 de agosto. Trámite semejante, pero en locación diferente, esta vez ya no en el puerto de los yates sino en una explanada al ladito del mar. Por ser el cierre del festival la jornada no debía pasarse de las 22h00 y, por ende, debíamos empezar antes de las 19h00 para aprovechar las tres horas, pero de nuevo el fantasma de la impuntualidad se nos asomó y empezamos pasadas las 19h00 con el kiosko de nuestros productos esta vez regentado por el Wantán Frito. En las fotos, Leao, y en el público más ecuatorianos que en la jornada anterior.
Primera ronda bastante decente. El público queda contento y se mantiene en su parcela de cemento esperando por la segunda dosis. Pasan 20 minutos y es hora de empezar de nuevo, pero el Paolo ha desaparecido y no se sabe de él, hasta que logro ubicarlo en su celular y me cuenta que fue víctima de una descomposición intestinal y que tuvo que salir soplado hasta su baño más abajo en la misma Barceloneta. Es de los que tienen recelo a los baños públicos. Dice que una vez escuchó que desde el inodoro contiguo un caballero le llamaba a su esposa para contarle que la noche anterior le había sido infiel, y que lo duro de la historia, por los detalles siniestros que no pueden ser relatados en este espacio, le habrían provocado un trauma que en términos patológicos se traduce en una esquizofrenia que le hace ver en los baños públicos una suerte de confesionario laico. Y teme que le pueda pasar algo parecido.
Pero luego llegó y empezó la segunda tanda y la que sería la última de la noche, del festival y de nuestra estadía de 10 días en Barcelona. Le metimos todo el ñeque y nos alegramos profundamente de la cantidad de ecuatorianos que, expresamente y también por casualidad, se juntaron en esa esquina de la playa para vernos tocar. Pusimos a bailar cumbia a propios y extraños, propios los que saben bailarla y extraños los que la gozan moviéndose como sujetos de un exorcismo, como la Carne Seca, de quien se especula que ni siquiera sabe bailar mosh. Y así nos despedimos del Buskers y de las calles de Barcelona, con buena brisa y el sol ya curtido en nuestras pieles, esta vez con casi 600 euros, menos que en la primera jornada, pero con una bandera ecuatoriana que la tomamos en comodato de un compatriota que asomó con ella a la tocada. Nos la dejó prestada, solo prestada porque es la única que tiene y porque la compró en Banderines Gutiérrez, no ahí nomás afuera del Atahualpa. Así que ya tenemos una para cuando nos agarre el momento de la demagogia. Digo, porque está claro que la riqueza de un país no se expresa en un símbolo.
Ah, y también terminamos con dos danesas, también menos que en la jornada anterior.
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Mañana salimos hacia Alemania, cruzaremos toda Francia a lo ancho y luego de nueve horas de conducción dormiremos en Toulouse para, a la mañana siguiente, manejar seis horas más hasta llegar a Halle y dar nuestro único concierto en el país de Heinz Dieterich. A ver si se asoma.
Gracias a todos quienes nos abrieron sus puertas en Barcelona, a quienes nos ayudaron en los conciertos vendiendo nuestros discos y cargando y descargando los equipos, y a quienes nos auguraron un resto de gira exitoso.
Hasta pronto. Y que la fuerza se mantenga con nosotros.
Siendo martes de madrugada, a pocas horas de dejar España, reportó para ustedes, Z. Rosero.
3/8/08
Bautizo: La Resistencia
Hospitalet, en las afueras de Barcelona, sala La Resistencia, 12 am. Es hora de empezar el concierto y, acostumbramos como estamos a esperar un poco más, siempre un poco más hasta que llegue la cantidad de gente suficiente como para el lugar del concierto no se vea desierto, esperamos un poco, pero esta vez, al contrario, la gente amenazaba con irse si no comenzábamos por esto de que la localidad donde nos presentamos es lejos del centro de la ciudad, porque se debe hacer maniobras con el transporte y sus conexiones para llegar a destino y, sobre todo, porque la gente que nos vino a ver esta vez, como ocurre casi siempre, es gente decente que trabaja como la gente decente, o sea, con turnos indecentes que empiezan, por ejemplo, a las 5h30 de la mañana. Entonces, tuvimos que iniciar el toque en condiciones que, por qué no decirlo, a algunos de nosotros nos inyectaron algo de pesimismo por aquello de nuestra tendencia a mirar algunas cosas con fatalidad y a pensar que en adelante las cosas serán parecidas. Pero solo a algunos de nosotros nos pasa, porque también hay quienes tienen los nervios templados y el corazón de hierro, los que nunca se quiebran ante la adversidad y miran las desavenencias como oportunidades para fortalecer los espíritus derrotistas. Para citar a alguien, con sobra de merecimientos por tener el temple de los Jedi más feroces, debemos nombrar al inefable Shadow y su crespo mohicano, también conocido en el Ecuador entero como Cry Baby. No el mohicano que luce radiante sino él.
En resumen, eso de utilizar las aparentes contrariedades como oportunidades de fortalecimiento, en términos musicales quiere decir convencerse uno mismo de tomar un concierto escaso en público “como otro ensayo más y divertirse al máximo, amigos, ¡qué pasa!”. Y en efecto así fue, nos divertimos a pesar de las cifras y nos sentimos inaugurados por el hecho de haber presentado la primera tocada, aunque en realidad la inauguración oficial, por cuestión de los resultados obtenidos, se daría al siguiente día.
Las cifras en La Resistencia: entre 20 y 25 gatos contando al dueño del lugar pero sin contar a los nueve de la banda y tampoco al excelentísimo músico quiteño Gabriel Montúfar, que anda por estas aguas y que nos colaboró haciendo de ingeniero de sonido. Entradas pagadas: 13, porque hasta los panas a veces se portan sapos. Taquilla: 54 euros que ya pueden alcanzar para una tanqueada del auto más pequeño, no el del GPS, el otro. Y sí, la verdad que estuvo divertido a pesar de la poco concurrencia. Es que haciendo una inspección para determinar el porqué de la escasa convocatoria, nos dimos cuenta de que nos habían tapado los afiches que diligentemente pegamos en todo el barrio con un spray mágico que vuelve la tarea instantánea. Encima de los nuestros se habían pegado afiches que anunciaban la llegada de Cristo a la ciudad. Y ahí sí, sea lo que sea, tampoco es que nos vamos a poner en el plano de decir que nosotros somos más famosos que el pana.
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