2/9/08

Two thumbs up por el concierto (La dormida estuvo como el utrecht)

Esta historia es bien simpática. Resulta que Alegría, nombre bastante conservador y de plano inexacto para su verdadero espíritu, pues es de esas personas cuyo ánimo de vida, si se lo pudiera medir en bpm (como a una canción y, asumiendo que el espíritu del promedio de una persona común y corriente lleva la marca de 65 bpm, tal vez como una bosanova o un bolerito) irá por ahí entre los 140 y los 150, como un corte de doom metal o una pieza de trans sicodélico. Es así, la amiga es un solo embale, 24/7, los más jóvenes de la banda resolvieron compararla con el Jhonny Depp más maldito de todos, el de Fear and Loathing in Las Vegas. A veces uno ya no sabía cómo manejarle el ritmo.

(Alegría, living la vida cuerda)

Bueno, decía que Alegría, quien mejor debería llamarse Alferecía, Vehemencia, Ardor o ya de una Speed, o tal vez Speedy, para que suene delicado y glamour, es una de las miles de personas que desde hace años recibe la Sopita Semanal, ese boletín informativo, incitador y alegórico que, aunque sin firma, se sabe que lleva la impronta dicharachera de nuestro compañero, el Cadáver Moncagatta. Ella, seducida por la retórica fina del bajista, entró en contacto con él vía email y se ofreció, siempre generosamente, a ayudarnos en la organización de un concierto en Utrecht, Holanda, donde ella reside, por si alguuuuuuna vez la banda llegaba a vacilarse esas tierras bajas del occidente. La relación empezó a solidificarse tanto, en términos de amistad, valga la aclaración, que incluso cuando Alegría estuvo de vacaciones en Quito, allá por el año 2005, y coincidió que el Cadáver andaba tras las rejas de la retención de tránsito de la Cordero (las razones del porqué no son de interés público), ella fue a visitarlo y por primera vez ahí se vieron las caras (lo que pensó el uno del otro tampoco lo es).
En fin, así surgió ese contacto y llegó el día en que la Rocola anduvo por Europa y en su agenda incluyó un toque en el Bar ACU, de Utrecht, un espacio gestionado con el trabajo voluntario de algunos punks vegetarianos que un día se tomaron una casa del centro de la ciudad, la okuparon a su manera, habitaron los pisos superiores y en el primero instalaron un bar libertino y gozador, con comida vegetariana y bebidas sin hielo a precios accesibles para todo el público, y con un cuarto instalado específicamente para conciertos y fiestas de esas pendencieras, con humo y luces negras.


El espacio estaba ahí, Alegría había hecho las gestiones para conseguir el backline, la cena de la noche del concierto y la estadía (estadía -en esos términos- cuyos detalles nadie los sabía hasta que tuvo que experimentarlos).
Llegamos a Utrecht a eso de las seis de la tarde, nos pareció la primera ciudad europea, de las que habíamos visitado, realmente distinta, con una atmósfera arquitectónica de cuento romántico y con un estilo de vida distendido que se notaba a las anchas. Era, más que todo, el uso generalizado de la bicicleta lo que introducía en nuestra apreciación una idea diferente a lo vivido cotidianamente en nuestras urbes. El hecho de que las calles tengan dos carriles, uno en un solo sentido para los autos y otro para las bicicletas, respetadas y consideradas tanto como los autos y los peatones, marcaba una pauta difícil de relacionar con la realidad de Quito, donde el caos en el tránsito se ha convertido en el problema de mayor crecimiento en los últimos años, y donde apenas – aunque afortunadamente- hace unos dos, el uso de la bicicleta y la necesidad de obra pública para su adecuada circulación se ha insertado en la agenda de planificación municipal. A esto sumémosle las estampas en las que se aprecian a hombres y mujeres de toda edad y apariencia (no me meto con el tema de clases sociales porque en sociedades como esa el asunto se vuelve más difícil de dilucidar), mayoritariamente sobreponiéndose al metro setenta y cinco de estatura, conduciendo sus bicicletas con frescura, y definitivamente resolvamos decir que el panorama era por primera vez realmente distinto. Creo que nada de lo que habíamos visto en España, Francia, Bélgica y Alemania nos había provocado una sensación tal de distinción en la forma en que una sociedad circula, se maneja y se muestra ante los ojos de latinoamericanos como nosotros. Algunos volvimos a decir por décima vez “aquí sí viviría”.



Para la prueba de sonido tuvimos que armar absolutamente todo, incluso recuperar una batería que permanecía empolvándose en un altillo. En la gestión, un tom me cayó con el filo sobre la nuca y casi me la taja en dos. Por suerte he sido cabeza dura. Por suerte Alegría consiguió congas, mi martirio durante la gira en los conciertos pequeños, porque en los festivales no había que preocuparse por un backline incompleto.


Armamos, probamos sonido y nos instalamos a comer en medio de la pista, en una mesa que se armó con paneles que salieron de bajo el escenario. Comida vegetariana, vegan, para ser más exacto, nada de productos animales ni sus derivados, pura proteína, fibra y carbohidrato vegetal. Sabroso estuvo, solo hay que saber hacerlo y despojarse de prejuicios.


El concierto también estuvo sabroso, el local casi lleno salvo unos cuantos rincones pelados. El sitio fue copado por holandeses de corte punkero y ecuatorianos variaditos, confirmando aquello de que andamos en todos lados. Vino alguna gente desde Ámsterdam para vernos tocar y se regresaron a eso de las cinco de la mañana, luego del after party de rigor, justo cuando el metro empezaba a operar.


Lo de lo variadito de los paisanos fue realmente tal cual: un señor simpático de Riobamba, pintor, casado con una holandesa que se emocionó tanto con el toque que al final se puso a invitar cervezas al que era y al que no; otro compatriota latacungueño, músico bravo que se ha juntado con algunos latinos por allá y ahora anda tocando en bares “algo como una fusión latina”. También asomaron estudiantes de postgrado que dejaron por un rato la formalidad a un lado y se sacudieron con el chaca-chaca de nuestra guitarra. Ah, y una parejita de hermanas tumbaquenses, joyas, divas, que hablaban tan a la quiteña que cuando acaparaban la charla y hacían suya la tertulia, como que nos trasladaban al cumpleaños de la Pocha, en pleno Quito Tenis, donde la Maca y la Juli vacilaron la misma noche con el Juan Esteban, y el Carlos Andrés terminó mamadazo vomitando por el balcón del cuarto de los papás de la Cami. ¿Me cachas? ¡Full focazo!
Y bueno, luego de que la party y el after terminaron en el bar, con uno que otro incidente con una loca que se encargaba de la música (raro, hacían sonar la música desde videos que se descargaban ese rato de Youtube. Hay que ver que su conexión a internet lo permitía casi sin interrupciones), y ya con la conciencia entregada al despiche, alguien dijo por ahí que la fiesta continuaba en la casa de nosequién, y todos menos The Shadow, Paolo y William Isaías, que inteligentemente aprovecharon la invitación del amigo riobambeño para alojarse en su casa, nos fuimos siguiendo una turba embalentonada que en guango reunía como a 20: los holandeses punkis, el paisa latacungueño, nosotros que éramos siete, algunas nuevas amigas holandesas, Peter Pan, unas jóvenes quiteñas que asomaron repentinamente y las perlas tumbaquenses, tan capitalinas, las guaguas.
Caminado por la calle, caminando y tambaleando, llegamos a una casa que resultó ser okupa, otra, donde viven algunos de quienes forman parte del proyecto del bar ACU . Ahí, pasando por un patio que es ahí mismo baño, bodega y parqueadero de bicicletas, nos instalamos en una sala enorme llena de sofás y sillas destartaladas que alguna vez fueron recogidos de las esquinas donde los ricos del barrio amontonan la basura, pero que a otros sirven como lo que son, sofás y sillas gualingas.
El intermedio de ese after party forzado ya resulta borroso, por ahí recuerdo algunos cuerpos tendidos en el suelo y los sofás, una pareja tratando de buscar intimidad en medio del patio de entrada, papeles de enrolar tirados en el piso, las joyas tumbaquenses que no paraban de hablar y un reloj que marcaba las 5h30, hora para que quienes no vivían en Utrecht, se fueran a tomar el tren vía Ámsterdam. Y en eso que asoma, de la nada, Alegría y su embale a 200 por hora. Para mí verla fue como ver aparecer a un Ave Fénix luminoso que llegaba para mostrarnos el camino del bien, o sea, el del descanso, y dirigirnos hacia las camas que estarían reservadas para nuestro hospedaje, pero como más bien se enganchó con lo poco que quedaba de fiesta y no tomaba la iniciativa respecto al tema, yo, ya con el habla trabada y un hilito de dolor sobre el parietal derecho, le digo: Alegría, nos podrías llevar a donde vamos a dormir. Y ella me responde con la sonrisa siniestra de la despreocupación: estamos aquí mismo, si quieres, puedes agarrar este sofá, o ese, o ese…
Ante tal panorama me lancé sobre el que estaba más cerca, uno para dos personas, de modo que quedé con las piernas, de rodillas para abajo, por fuera del sillón y con la cabeza montada en el asientabrazos haciendo un contorsionista ángulo de 90 grados con mi cuello. Al menos Alegría tuvo la gentileza de alcanzarme una manta para cubrirme del frío en esa noche lluviosa. Digo al menos porque hubo quienes se quedaron sin nada, sin colchón y sin cobija. Sin pan ni pedazo. Keanu Rivas alcanzó otro sofá y también tuvo su manta. La Carne Seca se refugió en un sillón esquinero y amaneció doblado en dos, hecho cecina, se diría con propiedad. Pero los pobres guambras de la banda sí que la pasaron mal. Al pobre señor Pozo, tan pelucón él, le tocó amanecer sentado sobre una silla de plástico, como las PIKA de acá, y meter los brazos dentro de su camiseta por las mangas de ésta para masajearse la panza y procurarse algo de calor hasta quedar exhausto y por ende dormido. Pobrecito, solo de recordar la escena me da pena de él. En serio.
El Coqueto, por otro lado de la sala, tan tirado a MacGyver que es, encontró un par de cojines y, en vez de acostarse sobre ellos, ¡se cubrió con ellos para algo algo evitar el frío! Pobrecito también, la verdad que rememorar esas estampas me llena de tristeza. Yo que los quiero tanto.
Y así amanecimos. Por ahí nos fuimos levantando de a uno (bueno, hubo quien se levantó de a dos) y comentando la experiencia recientemente vivida. En un momento, ya con las carcajadas encima, estuvimos todos de pie y a punto de abandonar el squad, cuando caímos en cuenta de que nos faltaba uno, El pequeño poroto. Empezamos a invocarlo y en eso vemos que aparece de un rincón que nadie había advertido. Vivo vivo, había agarrado un mantel blanco de mesa, se había envuelto en él y se había acurrucado en un sofá individual. Por suerte no necesita demasiado espacio.
Cuando lo vimos aparecer envuelto en su mantel blanco, como levitando despacito, creímos que era Orco ataviado para su primera comunión.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

thats amazing story.

day dijo...

que re bien se les felicita son lo mejor que hay en este pandemonium llamado pais sigan pa lante con mas fuerza